EDITORIAL:
El dolor. Lo sentimos a diario, pero casi siempre lo ignoramos, ya que en general es de escasa intensidad, y termina siendo intrascendente.
Hay muchos tipos de dolor, y de las más variadas causas. Pero lo que todos tienen en común, es la sensación desagradable que producen en quien lo sufre, cuando su intensidad no pasa desapercibida.
Es un síntoma que en condiciones normales es fundamental, ya que nos informa que se esta produciendo una agresión a nuestro cuerpo, capaz de provocar un daño, y nos permite entonces tomar medidas para evitarlo.
El dolor agudo, que es el que se produce en forma inmediata al estímulo nocivo, en general mejora sin dejar secuelas, sin o con la participación de un médico.
Sin embargo, hay un tipo de dolor que se perpetúa en el tiempo, que es secundario a estímulos nocivos reiterados, o a un daño en el sistema nervioso. Es el llamado dolor crónico.
Este tipo de dolor, ya no constituye un síntoma, sino que se transforma en una enfermedad, independiente de su causa original, y que requiere de un tratamiento específico.
Es una enfermedad en la que intervienen múltiples factores: biológicos, psicológicos, sociales, laborales y hasta las creencias de quien lo sufre. Y afecta no solo al paciente, sino también a todo su entorno: familia, amigos, trabajo.
Podemos darle nombres propios al dolor crónico: lumbalgia crónica, ciática, cefalea crónica, neuralgia del trigémino, solo para mencionar algunos ejemplos comunes.
La experiencia nacional e internacional, ha demostrado ampliamente que los mejores resultados en el manejo de estos pacientes, se obtienen cuando son tratados por Unidades de Dolor, que constituyen equipos interdisciplinarios de profesionales especializados en está enfermedad. Sin embargo, nos sobran los dedos de una mano para contar la cantidad de unidades de este tipo que existen en nuestro sistema de salud.
Para poder formar estas Unidades, es necesario contar con recursos humanos especializados, infraestructura edilicia para el trabajo de varios especialistas en forma simultánea, disponibilidad de todos los fármacos analgésicos aprobados, y de la tecnología necesaria para la realización de algunos tipos de neurocirugías que están indicadas cuando ya ningún tratamiento ha resultado.
Muchas de estas herramientas, si bien están disponibles en Uruguay, no son accesibles para todos los enfermos. Por qué decimos “para todos los enfermos”? Porque son insumos muy costosos, que no están incluidos entre las prestaciones obligatorias de las instituciones asistenciales y por tanto solo acceden quienes pueden pagarlas. Una situación muy lejana al espíritu de nuestro Sistema Nacional Integrado de Salud.
Es este editorial entonces, un llamado a la reflexión, para quienes tienen el poder de tomar la decisión de elaborar políticas de salud tendientes a poder tratar el dolor crónico como se debe, y de poner al alcance de la totalidad de los usuarios, todas las opciones terapéuticas disponibles.
El llamado incluye a la Facultad de Medicina, responsable de la formación de los recursos humanos, y actualmente en falta en esta materia; y a las autoridades sanitarias del Estado, responsables de generar esas políticas asistenciales que estamos necesitando.
Si alcanzamos este objetivo, podremos tratar y contener a los pacientes que padecen de dolor crónico como se debe, a veces ofreciendo alivio y mejorando la calidad de vida, y a veces ayudando a paliar el dolor, cuando aquella va llegando a su fin.
Dr. Pablo Hernández
AUED